Llego al pabellón, medio dormido, con unos cuantos quilómetros encima. Pido la llave y me dirijo al vestuario. Oigo gritos de niños, se abre una puerta, y salen corriendo para ir a la pista. Me despiertan de golpe. Entro en el vestuario que me han adjudicado. Un banco, poca luz y al fondo una ducha, sin puerta para que se moje todo. Por cierto, siempre me he preguntado porque los vestuarios de los árbitros son tétricos, pequeños y vetustos.
Empieza el primer partido, categoría mini. Me sorprende un jugador, baja la pelota, domina las dos manos y dirige a sus compañeros, todos le buscan. Espero que no se estanque, su entrenador me dijo que trabajaban muy bien la técnica individual, se notaba.
Siguiente partido, un infantil nivel "A". Fue emocionante, podía ganar cualquiera, y el que tuvo más fe y no se sintió presionado por la camiseta que llevaba. Ganó.
El partido acaba, casi a las dos de la tarde. Salgo corriendo porque tengo el siguiente a las cuatro. Me ducho en cinco minutos y me subo al coche para hacer 40 km. Mucho tránsito, sábado, es la hora de comer. Intento ir deprisa, pero soy prudente. No hago ninguna locura con el coche. Llego a mi siguiente destino a las tres y diez. Entiendo que si tengo que buscar un bar y luego aparcamiento cerca del pabellón, no llego. Decido dirigirme directamente al pabellón, no tengo tiempo de comer. Veo en la entrada, las famosas maquinas de patatas, chuches y chocolatinas. No me queda más remedio para no desfallecer, que comprar dos barritas de chocolate. Vaya comida!.
Junior femenino. Otro nivel. De los dos equipos, solo hay tres o cuatro jugadoras, que podrían llegar a jugar a tercera catalana. Que falta de fundamentos. Los dos equipos defienden en zona, no son valientes. Los entrenadores están más pendientes de protestar faltas que del juego de su equipo. Esta es una de las razones, por la cual seguimos hundidos en la mediocridad de nuestra provincia, pero es lo que hay.
Se acaba el partido, me ducho y me voy para mi casa. Con dos barritas de chocolate en el estomago y un hambre que me muero.
La semana que viene espero poder comer.
Empieza el primer partido, categoría mini. Me sorprende un jugador, baja la pelota, domina las dos manos y dirige a sus compañeros, todos le buscan. Espero que no se estanque, su entrenador me dijo que trabajaban muy bien la técnica individual, se notaba.
Siguiente partido, un infantil nivel "A". Fue emocionante, podía ganar cualquiera, y el que tuvo más fe y no se sintió presionado por la camiseta que llevaba. Ganó.
El partido acaba, casi a las dos de la tarde. Salgo corriendo porque tengo el siguiente a las cuatro. Me ducho en cinco minutos y me subo al coche para hacer 40 km. Mucho tránsito, sábado, es la hora de comer. Intento ir deprisa, pero soy prudente. No hago ninguna locura con el coche. Llego a mi siguiente destino a las tres y diez. Entiendo que si tengo que buscar un bar y luego aparcamiento cerca del pabellón, no llego. Decido dirigirme directamente al pabellón, no tengo tiempo de comer. Veo en la entrada, las famosas maquinas de patatas, chuches y chocolatinas. No me queda más remedio para no desfallecer, que comprar dos barritas de chocolate. Vaya comida!.
Junior femenino. Otro nivel. De los dos equipos, solo hay tres o cuatro jugadoras, que podrían llegar a jugar a tercera catalana. Que falta de fundamentos. Los dos equipos defienden en zona, no son valientes. Los entrenadores están más pendientes de protestar faltas que del juego de su equipo. Esta es una de las razones, por la cual seguimos hundidos en la mediocridad de nuestra provincia, pero es lo que hay.
Se acaba el partido, me ducho y me voy para mi casa. Con dos barritas de chocolate en el estomago y un hambre que me muero.
La semana que viene espero poder comer.
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